Crítica de Virgilio desde el gabinete azul, de Raydel Araoz, Premio Lucía al mejor largometraje documental o de animación en el 17 FICGIBARA
Con el documental Virgilio desde el gabinete azul (2021), el realizador y ensayista Raydel Araoz cierra su trilogía de artistas e intelectuales cubanos maldecidos por la terrible circunstancia de la censura por todas partes, que iniciara con la película Retornar a La Habana con Guillén Landrián (codirigida por Julio Ramos, 2013) y continuara un año después con La isla y los signos (2014) sobre Samuel Feijóo.
Landrián, Feijóo y Virgilio son puntos de tensión en la gran cartografía nacional de las ideas, islotes dentro de la isla, corrientes autónomas en el golfo, creadores de mundos y mitos que terminaron convirtiéndose en mitos. El silencio bajo el que se intentó sepultarlos y anularlos transmutó en alarido, cuyo eco retumba sobre toda la cultura cubana. Sus trascendencias son proporcionales a los desesperados intentos de sus represores por aniquilarlos.
Es imposible mutilar de sus historias las historias de sus censuras, acosos, exilios e insilios. Es imposible reivindicarlos sin revelar las olas estigmatizadoras que batieron sus costas mentales y físicas, convirtiéndolos en náufragos de sí mismos, en pecios gloriosos.
Las tres cintas de Araoz buscan quebrar los restos de silencio que aun manchan las memorias y los legados de estos creadores, a través de un diálogo rayano en lo íntimo que establece con nitidez la postura del intelectual frente a los intelectuales interpelados, y que expone las resonancias de sus respectivas obras en sí mismo.
Los invoca y los recrea a través de películas que también pudieran considerarse rituales shamánicos que aligerarían la gran barda entre el mundo de los vivos y el de los muertos; entre la Cuba preterida y la Cuba presente; entre la Cuba amordazada por modelos históricos y políticos axiomáticos; entre la Cuba a la que se le ha permitido florecer y la Cuba que ha visto sajadas sus raíces.
Como sucede, sobre todo, con La isla y los signos y Samuel Feijóo, Virgilio desde el gabinete azul también propone un viaje posible a la mente del autor de La isla en peso, Electra Garrigó y La carne de René, a través de la propia mente del director. Araoz tiende un puente telepático y empático con Piñera, pero sobre todo parece interrogarse a sí mismo, ¿por qué Virgilio?, ¿para qué Virgilio?, ¿cómo Virgilio?, ¿hasta dónde Virgilio?
Aprovechando la versatilidad de quien marcó con igual potencia los rostros de la poesía, el teatro y la narrativa cubana, Raydel hace confluir en la película diversidad de expresiones escénicas y múltiples formas de representación cinematográfica. Solo deja como constante los espacios cerrados, opresivos. En todo el relato nunca se ve el sol, el cielo o el firmamento. Reina una perenne oscuridad escénica, una tramoya claustrofóbica, un escenario vigilado en el que ya no se organizan fiestas.
Antón Arrufat, uno de los tres entrevistados —además de David Leyva y Carlos Celdrán—, ocupa el espacio más naturalista, unas aireadas salas. Pero los ensombrece con los testimonios de primera mano sobre sus años de silencio, cuando Tebas se le abalanzó con todo su terror en venganza por los siete que se atrevió a comandar contra sus muros. También habla sobre los años de ostracismo y penuria de Virgilio, sobre su muerte sorda.
El documental es un gesto ensayístico, un ejercicio de interpretación constante, alerta, bien a resguardo de cualquier distanciamiento pseudo objetivista o estrategia aburrida de falsa neutralidad. Raydel Araoz emplaza a Virgilio, lo disecciona, le hiende la carne, la estruja, le saca nuevos rubores, la vivifica. Es una exhumación necesaria, pues Piñera no es un muerto que merece estar en paz, sino de pie blandiendo siempre su miedo, tan afilado que saja cualquier bravuconada valerosa.
La relación de Virgilio con el presente cubano se sugiere como la gran obsesión sobre la que se cimenta todo el documental. La historia, como un presente constante, la historia nacional como un momento expandido, para conveniencia y prejuicio de unos y otros. Por eso Virgilio es urgencia más que presencia. Es apremio más que presente. Es algo desesperado. No deja de resucitar, provocar, envenenarnos y salvarnos a la vez con su miedo.