«No es solo el celuloide realizado con propósitos artísticos, sino también las películas de educación y de publicidad, los videos caseros y los registros audiovisuales personales, porque todo eso refleja la vida cotidiana y los sucesos históricos y forman parte de la herencia cultural y deben ser preservados igualmente», responde el estadounidense Josef Lindner a la pregunta de «¿Qué es el patrimonio cinematográfico?», lanzada por el moderador Rubén Ricardo Infante en el foro teórico «Patrimonio cinematográfico: una apuesta por los valores culturales», realizado en la Casa de la Cultura.
El representante del Archivo Fílmico de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMPAS) ― que entrega los Premios Oscar― amplía su respuesta: «Además, hay que considerar las salas de cine donde se exhiben las películas y la cartelística y la fotografía sobre cine dentro de ese patrimonio».
Lindner es el único invitado presencial en este momento especial de la 18 edición de FICGibara. El resto lo hace de modo online, gracias a un esfuerzo tecnológico que Sergio Benvenuto Solás, director de la cita de Gibara, subraya como un desafío afrontado para entrar en sintonía con los nuevos tiempos y por la importancia del tema en cuestión.
Desde una pantalla que muestra a los participantes remotos, Iván Trujillo, director de la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ofrece su propio concepto: «Patrimonio es todo aquello que se ha registrado a través de la imagen en movimiento, del lenguaje cinematográfico. Y también los carteles, los libros y todo aquello que es aledaño al cine o alude a él».
Trujillo, quien fuera director del Festival de Cine en Guadalajara, y además presidente de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF), señala la importancia de que existan organizaciones, como la FIAF, para la función de conservación y restauración del legado fílmico, y de las entidades públicas que se encargan en los distintos países de proteger los patrimonios nacionales.
«A través de una resolución emitida por el Ministerio de Cultura de mi país se contempla este patrimonio de forma integral mediante cuatro categorías: soportes (las obras mismas), elementos conexos como libros y carteles, la tecnología empleada en cualquier momento de la realización de las películas y el conocimiento, todo el saber y aprendizaje acumulado alrededor de la creación audiovisual. Los teatros y salas de exhibición no se incluyen ahí por ser espacios privados», explicó Rito A. Torres, subdirector de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano.
Iván Trujillo introduce una nueva perspectiva: «Estamos viviendo un momento peligroso para preservar la imagen cinematográfica, porque el nuevo ecosistema digital trae consigo un aumento de los costos. Y los archivos fílmicos públicos, sin fines de lucro, se enfrentan también al fenómeno de la concentración de la propiedad intelectual por las grandes empresas».
Por su parte, Luciano Castillo, director de la Cinemateca de Cuba, habló sobre la jerarquía que ha ido adquiriendo el asunto de la restauración de películas en los festivales de cine. «Es inevitable que este tema aparezca en los festivales. Hoy, la presentación de una película restaurada adquiere mucha connotación en los más grandes festivales y se recibe esa obra rescatada como si se tratase de una nueva».
El evento de Gibara trae en su programación de este año la exhibición de La muerte de un burócrata, el clásico de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), restaurado en una colaboración entre la Cinemateca de Cuba y la Academia de Los Ángeles. Lindner explica sobre este contacto ya de larga data, que ha permitido el rescate de otras tres obras de Titón (Los sobrevivientes, La última cena y El arte del tabaco).
Luciano Castillo cuenta sobre varios proyectos en marcha, con entidades de otros países, que han permitido la recuperación de la filmografía de Sara Gómez y de la obra documental de Nicolás Guillén Landrián. También se refirió al trabajo acucioso que está realizando Sergio Benvenuto Solás en México, para localizar copias de películas que puedan servir para salvar el legado de Humberto Solás y otros realizadores del cine cubano.
El colombiano Torres platicó sobre otro intercambio con Cuba, que permitirá la digitalización de un material audiovisual sobre la presencia cubana en los Juegos Panamericanos de Cali 1971 y de dos dibujos animados del Elpidio Valdés, de Juan Padrón.
Los libros son igualmente un medio útil para resguardar la memoria cinematográfica. Castillo se refirió a la reciente salida del quinto tomo de La bitácora del cine cubano, publicado por Ediciones Hurón Azul, de Madrid. Este quinto volumen busca compilar todas las producciones cubanas que se crearon fuera de la órbita del ICAIC. Como proyectos en curso están el Diccionario sobre la televisión cubana, con la participación del investigador Mario Naito, y uno de Sara Vega, a publicarse en Italia, que hará una ambiciosa cartografía del cartel cubano de cine.
A partir de una pregunta del público sobre los criterios de selección a la hora de elegir qué se debe conservar en ese patrimonio, Trujillo señaló «la necesidad de priorizar lo más desprotegido y lo de interés nacional». Por su parte, Rito apuntó que hay que «tener en cuenta los costos, la sostenibilidad de esa labor de rescate».
Entre los espectadores de este foro mañanero se encontraba uno de los tres cineastas cubanos que recibieron el Premio Lucía de Honor en el 18 FICGIBARA. Manuel Herrera quiso hacer una intervención «que sirviera de llamado de atención para el rescate de la producción del movimiento de cine aficionado en la isla». En particular, se refirió a aquel momento de los años noventa, cuando le tocó presidir la Federación Nacional de Cineclubes de Cuba y constató que la crisis económica había limitado la realización profesional, pero los cineclubistas se mantuvieron creando sus obras y dejando constancia fílmica de los avatares de la nación.