PREMIO LUCÍA DE HONOR 2024
Manuel Pérez Paredes es un cineasta con una extensa obra en el cine cubano. Pero es también de los fundadores del ICAIC en 1959, lo que le permite recordar la trayectoria del cine producido en Cuba y apreciar su desarrollo en la complejidad de cada época.
Es también una especie de memoria del ICAIC y sus creadores. Cuando en el Instituto se necesita corroborar un dato, una fecha o un hecho, siempre se escucha decir: «Pregúntale a Manolo Pérez, él se acuerda de todo». Y, en efecto, así es.
En este diálogo volvemos a la trascendencia de la obra de Humberto Solás, creador del entonces Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara, la necesidad del evento y el reto de continuar vivo, además del hecho de que Manuel Pérez Paredes recibirá el Premio Lucía de Honor 2024, como reconocimiento a su obra y pensamiento.
¿Cómo valora la influencia de la obra de Solás en la filmografía nacional?
Hoy, a 65 años de existencia del cine cubano posterior a 1959, se puede hacer una lista, ampliamente consensuada, de películas que se han ganado la condición de inolvidables a la hora de hacer síntesis de esta manifestación cultural como expresión artística de nuestro país.
Pero quiero ir al principio, a los inicios, al despegue de esa historia, a aquella década fundacional de los años sesenta, cuando estábamos en etapa formativa en todos los órdenes, aprendiendo a hacer cine sobre la marcha, en el quehacer diario, enfrentando múltiples retos de diversa índole. Es en aquel contexto donde quiero remover mi memoria, ya yo estaba allí, y recordar al Humberto que llegó al ICAIC cuando empezaba su juventud.
Vale la pena despegar con el dato de que Humberto nació en diciembre de 1941, por lo que acababa de cumplir 17 años al triunfar la Revolución. Ya lo avalaba una trayectoria de militante en la lucha insurreccional contra la tiranía en La Habana. Por ello recibió, en algún momento de la década de los ochenta, el reconocimiento de la Medalla de Combatiente de la Lucha Clandestina.
Lo recuerdo vagamente en la oficina de la redacción de la naciente Revista Cine Cubano, en 1960, no estoy seguro si antes o después de la publicación de su primer número. Desconozco qué fue lo que le encomendaron en el poco tiempo que por allí transitó, pues tan pronto como pudo pasó a insertarse en el área de la naciente producción, que era su objetivo. Ya está en los créditos, nada menos que como «productor», en el documental de Eduardo Manet (ellos se deben haber conocido en Cine Cubano, donde fue subdirector de los primeros números) Napoleón gratis (1961), dedicado al museo del histórico personaje.
En 1962 se une a Héctor Veitía para codirigir Variaciones, documental sobre la construcción de las Escuelas de Arte en Cubanacán. En 1963 acompaña a Oscar Valdés en el guion y la dirección de un corto de ficción de 15 minutos, El retrato, inspirado en un cuento de Arístides Fernández. Luego vendrá, en 1965, su primera obra como guionista y director, El acoso, ficción sobre uno de los invasores de playa Girón, quien huye después del fracaso. No dejó huella a recordar, pero ya había sacado experiencias y conclusiones para lanzarse a los dos proyectos que lo siembran como auténtico autor cinematográfico en aquella década y para siempre.
Los años que van de 1966 a 1968 se destacan con particular fuerza en aquel tiempo fundacional de la Revolución Cubana. Hubo de todo, y en todos los frentes de la vida nacional, en sus anheladas búsquedas transformadoras de la sociedad. Aciertos y desaciertos se combinaron en aquel quehacer. En aquella conmoción de destrucción y fundación, la cultura artística vivió intensos debates y confrontaciones internas.
El ICAIC desempeñó un rol positivo subrayando con su posición y sus resultados que «no hay creación donde hay moldes estrechos». Humberto traía esa concepción en su sangre, y su talento, su crecimiento cultural y la atmósfera existente en nuestro centro de trabajo la hizo crecer y consolidó.
Manuela (1966), mediometraje de cuarenta minutos, fue la primera de sus obras que llamó la atención, nacional e internacionalmente. Se hizo evidente que despuntaba, con menos de 25 años, un auténtico creador cinematográfico formado en la práctica del ICAIC. Su audaz concepción del personaje femenino protagónico y la original puesta en escena de lo que había sido la lucha guerrillera en Cuba alcanzaron un alto nivel artístico. Sorprendió y se ganó el máximo respeto y aplauso de crítica y público. Se le habían creado condiciones para que enfrentase un reto mayor.
1968 fue un año particularmente excepcional en nuestra historia. Celebrar los cien años del inicio de nuestras luchas independentistas se combinaba con una situación nacional, continental e internacional, muy rica en complejidades, posibilidades y riesgos de toda índole. Un buen número de obras cinematográficas (documentales, animación y ficción) abordaron de diversas formas el alcance histórico-cultural de aquel centenario, pero Lucía lo consiguió de manera excepcional, subrayo el término. Aquellas tres historias, aquellos tres momentos de la vida espiritual del país, encarnados en tres mujeres, en sus historias de amor, se unieron en 160 minutos para expresar tantas cosas como se corresponde con la complejidad de la expresión artística cuando esta ha alcanzado el estado de gracia. Eso fue, es, Lucía.
Los que tenemos más edad recordamos lo que significó la película, tanto nacional como internacionalmente, para el cine, la cultura artística y el país. Por eso soy de los que cuando hago memoria selectiva de nuestras obras mayores jerarquizo Lucía como parte de una lista mucho más reducida, más especial, por lo que significó como obra de arte, en aquel momento y para siempre, para Cuba. Se consagraba la revelación de un talento creador formado en tiempo de revolución y que todavía no había cumplido 27 años.
Gibara pasó de ser locación del cine a ser sede de un evento multicultural. ¿Cómo aprecia el proceso de surgimiento y desarrollo de este Festival?
Considero que la idea del Festival (2003) fue una búsqueda-respuesta, señal de su vitalidad creativa y cultural, ante lo que estaba sucediendo en el ámbito cinematográfico mundial y su incidencia en nosotros.
El mundo se había reorganizado radicalmente, política y económicamente en los últimos diez o doce años del siglo pasado. Al mismo tiempo que iban desarrollándose diversas transformaciones tecnológicas que modificaban la organización de la producción y la creación cinematográfica. Estos cambios radicales continuaban al entrar el nuevo siglo con el cine digital a plenitud. Había que repensar y cambiar las formas de hacer para seguir existiendo. Iba naciendo y desarrollándose la producción cinematográfica independiente. El ICAIC no lo pudo ignorar y buscó respuestas a partir de sus posibilidades específicas y las del país.
Pienso en el Humberto que enfrentó el reto organizativo y creativo de la compleja coproducción internacional que fue El siglo de las luces, concluida entre 1991 y 1992. Y pienso en el Humberto que enfrentó, menos de una década después, el reto organizativo y creativo de realizar Miel para Oshún en la Cuba de 2001. Ambas experiencias y ambos contextos históricos creo que deben haber propiciado reflexiones que lo condujeron a que Gibara continuase en su vida, más allá de ser una locación inolvidable de su obra como realizador, convirtiéndola en sede de un Festival que buscaba su autenticidad como sede cultural ante la realidad existente.
Ahora, a más de veinte años de existencia, ha demostrado que tenía razones para existir.
El reto es continuar vivo, respondiendo a los cambios que va imponiendo la vida.
Manuel me gustaría terminar por el hecho de que usted recibirá el Premio Lucía de Honor 2024 por su contribución a la historia del cine cubano. ¿Qué significa para usted recibir esta distinción?
Recibir este año, en el marco del Festival que él fundó, el Premio Lucía de Honor, es un reconocimiento que me hace sentir muy feliz.